El hombre apuro el último sorbo de agua mineral. En un acto natural reboleó con la botella al mar. Da lo mismo qué mar. Lo que habríamos de preguntarnos es qué encierra este gesto. Lo que deberíamos analizar individualmente es cuántos gestos de estos realizamos individualmente.
Muchos tenemos la conciencia tranquila ya que el mar y por añadidura todo el planeta, el ecosistema, depura estos gestos. Es verdad que es así, lo que habríamos de cotejar, tener muy claro, es cuantos cientos y miles de años le cuesta hacerlo.
No es ya el hecho de que afeen nuestras paisajes es ser conscientes del daño que causamos al entorno. Un deterioro que por lento podemos obviar en la esperanza que que generaciones venideras se hagan cargo de la mierda que dejamos hoy. Puede que si. Puede, también que no. Puede que arqueólogos del futuro incluso nos agradezcan los estos. Incluso que los pongan en museos.
Por mi parte para facilitarles la labor he confeccionado un sencillo catálogo de muestras encontradas en las costas mediterráneas en un par de mañanas de paseos. Los hay de diversas generaciones como para comprobar los grados de deterioro, o si se quiere, reintegración en la naturaleza. Lo que he obviado es la datación, generalmente imprescindible. Lo hago para que tengan algo en qué entretenerse intentando, como los arqueólogos actuales, en saber para qué sirve determinado huesito rescatado del olvido en una excavación cualquiera.
Pensé por momentos tomarme el esfuerzo en serio y realizar un catálogo más completo pero en un momento de meditación me abrumó la idea de tamaña tarea. Quizás algún día una a los fotógrafos concienciados del mundo para compartir conmigo el reto.
Yo por mi parte reflexioné que los mejores restos que podemos dejar de nuestra civilización son nuestros conocimientos y nuestro arte y me he propuesto convertir en natural el gesto de pensar qué efectos tiene cada partícula de plástico que utilice.
Deberíamos pasar por la vida dejando como única huella nuestro conocimiento.
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